Me gusta pensar la cultura como proceso.
Me gusta desde aquellos años como parte del colectivo de arte Zuakata, cuando sin ser capaz aún de conceptualizar lo que ocurría, participaba de la reflexión de la realidad y de la búsqueda de formas artísticas para explicar esa reflexión, para incitar nuevas preguntas, para establecer un diálogo con las personas que visitaban nuestra obra, con la sociedad en la que estábamos inmersos.
Me gusta la cultura como proceso porque creo en una sociedad en permanente - y cada vez más veloz - movimiento y creo que el arte y la acción cultural pueden permear a esa sociedad de modo que remueva e incite a cada uno de sus miembros. Me gustaría pensar que en algún momento de esa nebulosa a la que llamamos futuro no quedarán rebaños de personas sino individuos conscientes de su realidad, capaces de apropiarse de ella y participar activamente en la construcción de su mundo.
La crisis nos ha traído muchos problemas, ha destruido muchas cosas positivas, también algunos excesos, pero - como ocurre siempre - da paso a nuevas realidades que pueden nutrirse de lo aprendido y dar un paso adelante. Hemos pasado de una sociedad acomodada al despilfarro, acostumbrada a la exigencia y la indolencia a una sociedad que está recuperando el espíritu combativo, la capacidad de organización y acción. En ese contexto y en un momento necesitado de motivaciones, ¿es posible incitar a una comunidad a comprometerse con su evolución y ser parte del proceso?
Esta demostrado que las personas defendemos con mayor convicción los espacios, los proyectos y las herramientas cuando hemos participado en su creación. Todo proceso de empoderamiento ciudadano eficaz requiere de una apropiación emocional que por una parte nos vincule con lo generado y por otra nos permita revalorar nuestro papel y comprender que somos capaces de influir en la realidad que nos rodea. En esta nueva etapa post crisis quizás vea la luz un modelo participativo en el que la estructura pública, al menos la más cercana, y la sociedad civil, puedan trabajar juntas en la construcción de un modelo social mejorado.
¿Todo este discurso a que viene? se preguntará usted que me está leyendo. Pues viene a que estoy participando de un proceso social que está ocurriendo en estos días en Zaragoza. La reflexión sobre usos y programas del Espacio Creativo Harinera (antigua fábrica de harina ubicada en el barrio de San José). Un proyecto nacido desde el ayuntamiento de la ciudad que ha implicado en la reflexión de su diseño a la sociedad a través de colectivos de artistas y otros actores culturales. El proceso está guiado por un equipo de la organización Paisaje trasnversal (dejo el enlace para quien tenga interés en conocer su trabajo) y se enmarca en el concepto de inteligencia ciudadana, es decir, involucrar a la sociedad en el ejercicio de imaginar el espacio en el que a esta le toca vivir.
La consulta a la ciudadanía resulta fundamental para la generación de una imagen de la ciudad que represente a quienes la habitan. Preguntar a los futuros usuarios como creen que debe ser, que usos debería tener y como debería gestionarse un espacio, tiene grandes beneficios: Permite a quienes diseñan y a quienes deciden tomar en cuenta las necesidades reales de la población aportando puntos de vista, soluciones o necesidades que no podían haber sido consideradas de ninguna otra manera y a la vez favorece el proceso de apropiación de la urbe por parte de los ciudadanos haciendo a estos co-responsables del desarrollo de su ciudad y de sus espacios.
La reflexión y apropiación es un proceso de dinamización necesario para incitar y acelerar la maduración política de la población (entendida como participación en el ordenamiento de la ciudad y de su quehacer), puede ser el resultado de una autogestión o bien de la iniciativa pública. (La política como proceso, otra idea que me gusta en esa búsqueda de una sociedad de individuos conscientes y proactivos). En el caso del Espacio Creativo Harinera, la iniciativa ha sido gestionada y articulada desde el ayuntamiento. Si me preguntan, es algo que me gusta. Sin que me vaya en nada el color político municipal y sin que esté muy al tanto de sus tejes y manejes, la gestión actual, a la luz de sus intervenciones, responde - a mi entender - a una estrategia que promueve el empoderamiento civil así como el desarrollo de varias iniciativas tendientes a mejorar la sostenibilidad y "amabilidad" de Zaragoza, es decir el modelo de gestión más adecuado para los asentamientos urbanos si tomamos en cuenta que según Naciones Unidas, un 70% de la población humana habitará en ciudades para el año 2050 (si el planeta existe para entonces) y que la única forma de evitar que esta acumulación resulte insostenible será evolucionar hacia ciudades cada vez más funcionales y ecológicamente conscientes. Resulta indispensable involucrar a la población en este proceso para poder alcanzar algún nivel de éxito
Pienso en la importancia de un punto al que me he referido ya y es la maduración de la sociedad civil hacia una co-rresponsabilidad en la determinación de su destino. El acceso a espacios de libertad cada vez más amplios aporta derechos (que a todos nos gustan) e implica obligaciones y riesgos (que no siempre gustan tanto) Considero importante romper con viejos modelos Estado-dependientes y concienciarnos de que la libertad de pensamiento, de acción, de elección del destino implica (o debería implicar) también una mayor independencia personal y social un hecho que se puede tangibilizar, por ejemplo, mediante la creación de medios de producción desde el emprendimiento, el cooperativismo u otros sistemas que permitan la apropiación del destino laboral o, también, el control a la gestión de los poderes públicos para que cumplan la función para la cual existen y generar formas de equilibrio que frenen los abusos de los grandes poderes privados.
Quisiera quedarme con la idea con la que empecé este post. La cultura no son sólo objetos, no son sólo espectáculos, no es tan sólo un producto artístico ni un procentaje del PIB de los paises. La cultura, por sobre todo es una experiencia que nos hace preguntarnos, buscar respuestas, experimentar, fallar, empezar nuevamente. La cultura ante todo es un proceso y gracias a ella seguimos evolucionando como especie.
lunes, 8 de diciembre de 2014
Harinera Zaragoza. El pan de la cultura compartida
domingo, 15 de junio de 2014
Un poco de heroismo
A partir de la ilustración, las sociedades urbanas de occidente aportaron al mundo el concepto de modernidad: Un estadio en el cual el individuo establece sus propias metas, gestiona su vida desde una perspectiva racional y - sobre todo - se establece una realidad en constante evolución.
El conjunto de esos preceptos nos encanta a casi todos, al menos en teoría, al menos mientras no nos implique dificultad. Todos queremos ser modernos, cosmopolitas, vanguardistas; mientras las reglas de juego sean las mismas y podamos saber a que atenernos. Mientras eso de cosmopolitas y vanguardistas se quede en el terreno de las opiniones que tenemos, los restaurantes a los que vamos o la música que escuchamos.
El problema es que no podemos constreñir la modernidad a un espacio tan pequeño.
El mundo ha sido siempre un escenario en transición, plaza de constantes crisis, sucedidas (o precedidas, según se ubique uno) por un período de calma, en el que el nuevo modelo nacido de la crisis correspondiente evoluciona, se consolida, alcanza su cúspide y... cae a su vez en crisis. Es así desde que la sociedad existe, pero la modernidad ha reducido enormemente - y cada vez mas - la duración de los ciclos. La evolución tecnológica y los cambios sociales generan una sociedad dinámica. Y todo tiene dos caras. hemos vivido décadas de crecimiento, de bonanza, y cuando menos nos lo esperamos el escenario revienta. Lo peor es que aunque aparezcan señales, aunque nos podamos preparar un poco, la onda expansiva nos alcanza. La crisis actual no nos ha llenado de muertos como la peste negra, las grandes guerras o los desastres naturales, pero ha llenado de dramas humanos nuestro presente.
No puedo sin embargo dejar de pensar que es gracias a ellas que el mundo evoluciona, que es en medio de ellas cuando nuestra especie demuestra sus mejores cualidades (inventiva, adaptación, solidaridad, entre otras) y saca a relucir aquello que nos hace algo más que el mayor depredador y el más sanguinario destructor de la historia de la tierra. Las crisis nos obligan a tomar la responsabilidad, o al menos una parte de ella en nuestras manos, nos exigen una respuesta.
Un problema sin embargo en nuestra capacidad de responder a esta crisis esté en la comodidad que acompaña a la bonanza: Vivimos la época de la información, pero nuestro conocimiento es tan limitado como siempre, o más, sólo que camuflado bajo una pátina de datos dispersos que simplemente nos hacen mas vulnerables y más temerosos. Tenemos comodidades alcanzadas y coberturas sociales que nos hacen tener algo que perder y por tanto nos vuelven cobardes. Tenemos un alto nivel de formación profesional, pero una tolerancia al fracaso baja, modelada por un sistema que nos vendió la mentira de que entregarse desaforadamente al trabajo, llenarse de stress, meterse obedientemente en la colmena valía le pena porque a cambio seríamos protegidos por una estructura que ahora hace agua por todos lados y que se ve impotente para cumplir con la promesa. Crecimos deseando convertirnos en consumidores para demostrarnos así que habíamos alcanzado de verdad el status de ciudadanos. Hemos comprado el espejismo de que los bienes garantizan la felicidad, sin darnos cuenta de que no sólo era una mentira sino que cuando el sistema no funciona y no podemos continuar con el juego, al vacío y la angustia se añade la frustración de habernos quedado en la cuneta.
Pero sigo creyendo que nada está perdido, que cada nueva crisis nos aleja de la barbarie y nos acerca a un mundo mejor. Que quizás sólo nos falta es un poco de heroísmo. Pienso que nos hemos vuelto una sociedad cómoda, indispuesta para el sacrificio, demasiado consciente de sus derechos y muy poco de sus obligaciones, que nos quejamos por los trabajos mal pagados pero nos arremolinamos para comprar camisetas a tres euros elaboradas en países donde se paga un euro al mes a operarios semi esclavizados. Quizás una receta (una más, nadie tiene la poción mágica) es arremangarse y empujar, como se hace cuando no tienes alternativa si quieres volver vivo a tu casa. Quizás necesitamos recuperar el espíritu que poseíamos cuando no teníamos calefacción central ni agua caliente, ni siquiera agua corriente. Lo que hizo grande a la humanidad es su capacidad de superar las dificultades y salir adelante.
Ya habrá tiempo, y no hay que olvidarse de ello, de buscar culpables y pedirles cuentas, aunque al final el político corrupto y el empresario despiadado no sean más que la versión amplificada del comerciante tramposo y el autónomo pillo: Todos buscan su beneficio sin importarle a quien dañan en el camino.
Habrá que preguntarse si estamos buscando la calentura en las sábanas, como se dice en mi país. Si el problema no está en el modelo productivo o en quien detenta en el poder, sino en el uso que hacemos de él. En un modelo educativo que prima la competencia y el individualismo en lugar de incentivar junto al desarrollo individual (los colectivismos ya fracasaron) el sentido de cuerpo y la visión solidaria
La crisis es una oportunidad, y si hay algo que me ha quedado claro leyendo unas cuantas estadísticas últimamente es que mientras menos preparados estemos menos posibilidades tendremos de salir de esta bien librados. La gran mayoría del paro de larga duración en España lo acumulan las personas con niveles formativos bajos. En lugar de llorar, estudiar, que resulta más útil y es el único camino que se ha demostrado capaz de crear sociedades más justas. Estudiar y cultivarse. La cultura es una herramienta poderosa en el desarrollo social, nos hace más sensibles y mas curiosos, nos incita a explorar nuevos caminos. Las sociedades más cultas generan sistemas más equilibrados y al menos hasta donde conozco, están más cerca de lograr el máximo ideal de una sociedad libre: Poner el acento en lo importante.
Vuelvo a mi idea del heroísmo porque estoy cansado de oír a gente quejarse de su destino mientras veo a otros que se arriesgan y van saliendo adelante. Comprendo que no todos nacemos para héroes pero también es cierto que hay momentos en que requieren que todos seamos capaces de dar nuestro máximo.
Acabo copiando el anuncio que Ernest Shackeltón publicó en los diarios británicos en 1913 para reclutar marineros para su expedición y que recibió más de 5.000 solicitudes. ¿Cuantas recibiría hoy? 27 hombres viajaron con él al Polo Sur y se pasaron dos años atrapados en el hielo sin demasiada esperanza de sobrevivir. Su experiencia seguramente fue peor que esta crisis, pero los veintisiete volvieron con vida. ¿Nos invita a pesar algo?
"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. Largos meses de completa oscuridad. Constante peligro. No se asegura el retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito".
El conjunto de esos preceptos nos encanta a casi todos, al menos en teoría, al menos mientras no nos implique dificultad. Todos queremos ser modernos, cosmopolitas, vanguardistas; mientras las reglas de juego sean las mismas y podamos saber a que atenernos. Mientras eso de cosmopolitas y vanguardistas se quede en el terreno de las opiniones que tenemos, los restaurantes a los que vamos o la música que escuchamos.
El problema es que no podemos constreñir la modernidad a un espacio tan pequeño.
El mundo ha sido siempre un escenario en transición, plaza de constantes crisis, sucedidas (o precedidas, según se ubique uno) por un período de calma, en el que el nuevo modelo nacido de la crisis correspondiente evoluciona, se consolida, alcanza su cúspide y... cae a su vez en crisis. Es así desde que la sociedad existe, pero la modernidad ha reducido enormemente - y cada vez mas - la duración de los ciclos. La evolución tecnológica y los cambios sociales generan una sociedad dinámica. Y todo tiene dos caras. hemos vivido décadas de crecimiento, de bonanza, y cuando menos nos lo esperamos el escenario revienta. Lo peor es que aunque aparezcan señales, aunque nos podamos preparar un poco, la onda expansiva nos alcanza. La crisis actual no nos ha llenado de muertos como la peste negra, las grandes guerras o los desastres naturales, pero ha llenado de dramas humanos nuestro presente.
No puedo sin embargo dejar de pensar que es gracias a ellas que el mundo evoluciona, que es en medio de ellas cuando nuestra especie demuestra sus mejores cualidades (inventiva, adaptación, solidaridad, entre otras) y saca a relucir aquello que nos hace algo más que el mayor depredador y el más sanguinario destructor de la historia de la tierra. Las crisis nos obligan a tomar la responsabilidad, o al menos una parte de ella en nuestras manos, nos exigen una respuesta.
Un problema sin embargo en nuestra capacidad de responder a esta crisis esté en la comodidad que acompaña a la bonanza: Vivimos la época de la información, pero nuestro conocimiento es tan limitado como siempre, o más, sólo que camuflado bajo una pátina de datos dispersos que simplemente nos hacen mas vulnerables y más temerosos. Tenemos comodidades alcanzadas y coberturas sociales que nos hacen tener algo que perder y por tanto nos vuelven cobardes. Tenemos un alto nivel de formación profesional, pero una tolerancia al fracaso baja, modelada por un sistema que nos vendió la mentira de que entregarse desaforadamente al trabajo, llenarse de stress, meterse obedientemente en la colmena valía le pena porque a cambio seríamos protegidos por una estructura que ahora hace agua por todos lados y que se ve impotente para cumplir con la promesa. Crecimos deseando convertirnos en consumidores para demostrarnos así que habíamos alcanzado de verdad el status de ciudadanos. Hemos comprado el espejismo de que los bienes garantizan la felicidad, sin darnos cuenta de que no sólo era una mentira sino que cuando el sistema no funciona y no podemos continuar con el juego, al vacío y la angustia se añade la frustración de habernos quedado en la cuneta.
Pero sigo creyendo que nada está perdido, que cada nueva crisis nos aleja de la barbarie y nos acerca a un mundo mejor. Que quizás sólo nos falta es un poco de heroísmo. Pienso que nos hemos vuelto una sociedad cómoda, indispuesta para el sacrificio, demasiado consciente de sus derechos y muy poco de sus obligaciones, que nos quejamos por los trabajos mal pagados pero nos arremolinamos para comprar camisetas a tres euros elaboradas en países donde se paga un euro al mes a operarios semi esclavizados. Quizás una receta (una más, nadie tiene la poción mágica) es arremangarse y empujar, como se hace cuando no tienes alternativa si quieres volver vivo a tu casa. Quizás necesitamos recuperar el espíritu que poseíamos cuando no teníamos calefacción central ni agua caliente, ni siquiera agua corriente. Lo que hizo grande a la humanidad es su capacidad de superar las dificultades y salir adelante.
Ya habrá tiempo, y no hay que olvidarse de ello, de buscar culpables y pedirles cuentas, aunque al final el político corrupto y el empresario despiadado no sean más que la versión amplificada del comerciante tramposo y el autónomo pillo: Todos buscan su beneficio sin importarle a quien dañan en el camino.
Habrá que preguntarse si estamos buscando la calentura en las sábanas, como se dice en mi país. Si el problema no está en el modelo productivo o en quien detenta en el poder, sino en el uso que hacemos de él. En un modelo educativo que prima la competencia y el individualismo en lugar de incentivar junto al desarrollo individual (los colectivismos ya fracasaron) el sentido de cuerpo y la visión solidaria
La crisis es una oportunidad, y si hay algo que me ha quedado claro leyendo unas cuantas estadísticas últimamente es que mientras menos preparados estemos menos posibilidades tendremos de salir de esta bien librados. La gran mayoría del paro de larga duración en España lo acumulan las personas con niveles formativos bajos. En lugar de llorar, estudiar, que resulta más útil y es el único camino que se ha demostrado capaz de crear sociedades más justas. Estudiar y cultivarse. La cultura es una herramienta poderosa en el desarrollo social, nos hace más sensibles y mas curiosos, nos incita a explorar nuevos caminos. Las sociedades más cultas generan sistemas más equilibrados y al menos hasta donde conozco, están más cerca de lograr el máximo ideal de una sociedad libre: Poner el acento en lo importante.
Vuelvo a mi idea del heroísmo porque estoy cansado de oír a gente quejarse de su destino mientras veo a otros que se arriesgan y van saliendo adelante. Comprendo que no todos nacemos para héroes pero también es cierto que hay momentos en que requieren que todos seamos capaces de dar nuestro máximo.
Acabo copiando el anuncio que Ernest Shackeltón publicó en los diarios británicos en 1913 para reclutar marineros para su expedición y que recibió más de 5.000 solicitudes. ¿Cuantas recibiría hoy? 27 hombres viajaron con él al Polo Sur y se pasaron dos años atrapados en el hielo sin demasiada esperanza de sobrevivir. Su experiencia seguramente fue peor que esta crisis, pero los veintisiete volvieron con vida. ¿Nos invita a pesar algo?
"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. Largos meses de completa oscuridad. Constante peligro. No se asegura el retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito".
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Superar la crisis
lunes, 27 de enero de 2014
Las trincheras de la cultura
No se si tiene que ver con que voy conociendo mejor esta ciudad y sus tejidos, o si efectivamente (como creo) algo ha cambiado, pero de un tiempo a hoy me parece encontrar a Zaragoza más llena de espacios culturales autogestionados, de pequeños escondrijos donde bulle la intención de seguir vivos, no en el sentido biológico, sino en el emocional, espiritual, intelectual o lo que sea que se alimenta con la generación de arte, de reflexión, de encuentros e intercambios.
Llevamos varios años de crisis económica en Europa y en España y con ella ha entrado en crisis todo un modelo de políticas y gestión cultural. La caída en picado de la inversión pública en la actividad cultural, la imposición de un IVA desmesurado y otros factores colaterales han abocado a la desaparición a muchos espacios y programas y puesto en grave riesgo la continuidad de otros tantos. Como una traslación al mundo real de la modernidad líquida de la que por tantos años nos estuvo hablando Bauman, la crisis nos ha enfrentado de golpe con una realidad mucho menos poblada de certezas, mucho mas aleatoria, una realidad para la cual no nos habíamos preparado y que por tanto nos está costando mucho digerir.
Hasta donde llego a entender, este nuevo escenario se ha generado en parte por una evolución inevitable de la sociedad, sus modelos productivos, sus estructuras y la creciente interdependencia de sus mercados; pero también por el cinismo de un sistema que exacerba nuestro egoísmo y nuestro afán competitivo renegando de todo elemento ético, convenciéndonos del valor del triunfo a cualquier costo. Detrás de la crisis se adivinan las sombras de grupos de poder económicos e ideológicos que, a juzgar por la agresión y desmantelamiento que está sufriendo el sistema social europeo tienen muy poco interés en fomentar una gran clase media sana y formada, quizás porque ella ha demostrado ser el caldo de cultivo perfecto para grupos reflexivos y posturas críticas, para individuos menos manipulables, especie peligrosa por lo que hemos visto en los noticiarios de medio mundo.
Es en este nuevo escenario donde la cultura necesita de trincheras desde las cuales defender el derecho a pensar, a reflexionar, a sentir y a buscar más allá de los cánones preestablecidos. Hay tiempos para sembrar y tiempos para la cosecha. En este momento, en mitad del tsunami que amenaza con llevarse por delante el fruto del esfuerzo de generaciones enteras, es importante dejar de lado el inmovilismo y el desánimo para buscar fórmulas que permitan no sólo sacar a flote una vida cultural amenazada, sino hacerlo de manera más sólida y consistente.
Debemos involucrar a la mayor parte posible de la sociedad, acercar la experiencia artístico - cultural a los niños desde los primeros momentos, fomentar a través de dicha experiencia su creatividad, su capacidad de adaptación, su sensibilidad y su tolerancia. Ante un sistema que parece querer erradicar de los currículos formativos todo vestigio de reflexión y humanismo, es necesario crear espacios para pensar e intercambiar, para descubrir las cosas que nos hacen humanos.
La crisis actual parece querer condenar a la cultura y sus actores a la categoría de aficionados, pero no hay que temerle. Crisis como esta sirven para desbrozar el camino, para comprobar quien estaba acercándose a la profesionalización de la cultura con pasión y vocación (que a mi entender resultan indispensables, como en la enseñanza o la medicina) y quien lo hacía por facilidad o comodidad.
De un modelo casi totalmente dependiente del dinero público, debemos avanzar hacia un sistema que involucre a todos los actores sociales desechando oxidados prejuicios ideológicos. Debemos formarnos para aprender la gestión de los proyectos desde una perspectiva de marketing estratégico a fin de aprovechar sus posibilidades de auto gestión. Una sociedad culturalmente activa genera proyectos, dichos proyectos pueden dinamizar economías y dicha dinamización mejorar la vida de muchas personas. No es importante si esto debería hacerlo o no el Estado, sino si somos parte de la solución o nos sentamos a condolernos.
En momentos como este se hacen visibles gestores y artistas de a ratos libres y profesionales comprometidos, dispuestos a librar batalla para defender aquello en lo que creen,
Todos son importantes, el que terminará en un gran escenario y el que luego de un tiempo se dedicará a otra cosa. Todos aportan su visión, su emoción y su impronta, La vida cultural de una ciudad no se mide, o no debería, solo por la cantidad de espectáculos que exhibe en su agenda, sino por todo lo que bulle en las calles. Impulsarlo, dinamizarlo, ese el sentido esencial de la gestión cultural entendida como pasión y convicción.
Si la crisis actual puede traernos algo bueno, debería ser una profunda catarsis que nos permita replantear el objetivo para el que hacemos cultura. Las industrias culturales están bien: Generan recursos, puestos de trabajo y alternativas. Hay electricistas o carpinteros que prefieren trabajar en un teatro que arreglando casas y posiblemente dicha experiencia les de una carga distinta, pero lo que realmente construye el valor de una sociedad está en el valor que le demos a nuestra experiencia cultural y a las expresiones artísticas que la sintetizan. Lo siento si me repito, me molesta que quien se niega a pagar la entrada al cine o al teatro porque está caro no se mosquee si tiene que pagar siete u ocho euros por un cubata.
Y si queremos hablar de una perspectiva laboral ahí dejo una idea: Sólo a través de la construcción de una sociedad apasionada por la cultura podremos consolidar la profesionalización del sector sin temor a que la próxima crisis lo borre de un plumazo.
Llevamos varios años de crisis económica en Europa y en España y con ella ha entrado en crisis todo un modelo de políticas y gestión cultural. La caída en picado de la inversión pública en la actividad cultural, la imposición de un IVA desmesurado y otros factores colaterales han abocado a la desaparición a muchos espacios y programas y puesto en grave riesgo la continuidad de otros tantos. Como una traslación al mundo real de la modernidad líquida de la que por tantos años nos estuvo hablando Bauman, la crisis nos ha enfrentado de golpe con una realidad mucho menos poblada de certezas, mucho mas aleatoria, una realidad para la cual no nos habíamos preparado y que por tanto nos está costando mucho digerir.
Hasta donde llego a entender, este nuevo escenario se ha generado en parte por una evolución inevitable de la sociedad, sus modelos productivos, sus estructuras y la creciente interdependencia de sus mercados; pero también por el cinismo de un sistema que exacerba nuestro egoísmo y nuestro afán competitivo renegando de todo elemento ético, convenciéndonos del valor del triunfo a cualquier costo. Detrás de la crisis se adivinan las sombras de grupos de poder económicos e ideológicos que, a juzgar por la agresión y desmantelamiento que está sufriendo el sistema social europeo tienen muy poco interés en fomentar una gran clase media sana y formada, quizás porque ella ha demostrado ser el caldo de cultivo perfecto para grupos reflexivos y posturas críticas, para individuos menos manipulables, especie peligrosa por lo que hemos visto en los noticiarios de medio mundo.
Es en este nuevo escenario donde la cultura necesita de trincheras desde las cuales defender el derecho a pensar, a reflexionar, a sentir y a buscar más allá de los cánones preestablecidos. Hay tiempos para sembrar y tiempos para la cosecha. En este momento, en mitad del tsunami que amenaza con llevarse por delante el fruto del esfuerzo de generaciones enteras, es importante dejar de lado el inmovilismo y el desánimo para buscar fórmulas que permitan no sólo sacar a flote una vida cultural amenazada, sino hacerlo de manera más sólida y consistente.
Debemos involucrar a la mayor parte posible de la sociedad, acercar la experiencia artístico - cultural a los niños desde los primeros momentos, fomentar a través de dicha experiencia su creatividad, su capacidad de adaptación, su sensibilidad y su tolerancia. Ante un sistema que parece querer erradicar de los currículos formativos todo vestigio de reflexión y humanismo, es necesario crear espacios para pensar e intercambiar, para descubrir las cosas que nos hacen humanos.
La crisis actual parece querer condenar a la cultura y sus actores a la categoría de aficionados, pero no hay que temerle. Crisis como esta sirven para desbrozar el camino, para comprobar quien estaba acercándose a la profesionalización de la cultura con pasión y vocación (que a mi entender resultan indispensables, como en la enseñanza o la medicina) y quien lo hacía por facilidad o comodidad.
De un modelo casi totalmente dependiente del dinero público, debemos avanzar hacia un sistema que involucre a todos los actores sociales desechando oxidados prejuicios ideológicos. Debemos formarnos para aprender la gestión de los proyectos desde una perspectiva de marketing estratégico a fin de aprovechar sus posibilidades de auto gestión. Una sociedad culturalmente activa genera proyectos, dichos proyectos pueden dinamizar economías y dicha dinamización mejorar la vida de muchas personas. No es importante si esto debería hacerlo o no el Estado, sino si somos parte de la solución o nos sentamos a condolernos.
En momentos como este se hacen visibles gestores y artistas de a ratos libres y profesionales comprometidos, dispuestos a librar batalla para defender aquello en lo que creen,
Todos son importantes, el que terminará en un gran escenario y el que luego de un tiempo se dedicará a otra cosa. Todos aportan su visión, su emoción y su impronta, La vida cultural de una ciudad no se mide, o no debería, solo por la cantidad de espectáculos que exhibe en su agenda, sino por todo lo que bulle en las calles. Impulsarlo, dinamizarlo, ese el sentido esencial de la gestión cultural entendida como pasión y convicción.
Si la crisis actual puede traernos algo bueno, debería ser una profunda catarsis que nos permita replantear el objetivo para el que hacemos cultura. Las industrias culturales están bien: Generan recursos, puestos de trabajo y alternativas. Hay electricistas o carpinteros que prefieren trabajar en un teatro que arreglando casas y posiblemente dicha experiencia les de una carga distinta, pero lo que realmente construye el valor de una sociedad está en el valor que le demos a nuestra experiencia cultural y a las expresiones artísticas que la sintetizan. Lo siento si me repito, me molesta que quien se niega a pagar la entrada al cine o al teatro porque está caro no se mosquee si tiene que pagar siete u ocho euros por un cubata.
Y si queremos hablar de una perspectiva laboral ahí dejo una idea: Sólo a través de la construcción de una sociedad apasionada por la cultura podremos consolidar la profesionalización del sector sin temor a que la próxima crisis lo borre de un plumazo.
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