martes, 10 de marzo de 2015

Los procesos participativos y el cine de Linklater

Vivimos un tiempo de grandes cambios. Pueden gustarnos más o menos, puede resultarnos apasionante o angustioso, pero no hay remedio. Es este el mundo que habitamos y este el momento en el que nos tocó hacerlo.
A mi me gusta. porque me apasiona ver como todo se mueve rápidamente y tratar de entender hacia donde. 
La historia de la humanidad puede ser vista como una historia de emancipación. Evolucionamos de una sociedad de individuos dependientes entregados por su propia debilidad, o por la fuerza, a las decisiones de sus líderes; hacia una sociedad donde cada uno asume niveles de responsabilidad respecto a la dirección que toma su mundo, sobre todo el inmediato, aquel en el que efectivamente habitamos y ejercemos como seres humanos. La democracia participativa ha sido el último eslabón de una cadena de logros en dicha dirección, pero cada vez resulta más evidente que estamos en camino a dar un paso más en este proceso.
El paso siguiente será, seguramente, la intervención en las decisiones políticas y sociales; la participación en la gobernanza mediante influencias cada vez más relevantes en las decisiones que se toman. No se puede ser ingenuo. Como en cada época, este proceso enfrenta sus propios enemigos. Unos poderes económicos cada vez más hegemónicos. Un mundo cada vez más globalizado, una capacidad de maniobra cada vez más limitada. Es en los resquicios de esa armadura donde una visión alternativa de la sociedad puede alojarse y luchar por su propia vida y por un sistema que ponga de una vez por todas en el centro al individuo. 
La apropiación de un espacio de intervención implica dejar de ser dependiente, volverse actor de la realidad implica asumir los riesgos y las posibilidades de una sociedad que os incluya a todos, que sea viable, autosustentable, integradora, equilibrada. 
La nueva sociedad requiere un individuo nuevo. Un individuo que no sólo posea conocimientos académicos, técnicos y funcionales que le hagan capaz de salir adelante en el escenario al que se enfrenta, sino un individuo con una adecuada formación política (en el sentido de ser parte de un conjunto social capaz de resolver su propia convivencia) y una capacidad reflexiva y analítica que le permita sobreponerse a sus propios prejuicios y a la manipulación ajena. Estas habilidades deben enseñarse (y empieza a hacerse) en las aulas, pero además deben desarrollarse procesos que permitan acceder a ellas a los individuos que formamos parte activa de la sociedad actual. Es importante promover habilidades sociales tales como la empatía, la capacidad de negociación, el respecto a la opinión ajena y a lo diferente, el trabajo en equipo y el sentido del bien común. En este escenario y como resultado de una sociedad cada vez más exigente han surgido una nueva herramienta de construcción de la ciudadanía: Los procesos participativos.  
En su modalidad más avanzada, este sistema implica un modelo consultivo mediante el cual la ciudadanía interviene ante un problema de su entorno para, en conjunto con las estructuras gobernantes (o al margen de ellas), buscar fórmulas que permitan mejorar la situación encontrada. Existen debates sobre la validez o no de que un proceso participativo sea "convocado" por las estructuras de gobierno. A mi entender lo verdaderamente importante es que este se produzca para atender a una necesidad real, sentida como tal por el conjunto de la sociedad y ante la cual se vea la necesidad de intervenir. Desde mi perspectiva, un proceso de este tipo plantea la oportunidad de desarrollar habilidades sociales concretas reflexionando sobre la realidad y tomando conciencia de nuestra capacidad de intervenir en ella. Razones todas que validan su aparición, sea cual sea el origen que tenga. 
Me planteo por tanto al proceso participativo como una herramienta para formar individuos capaces de apropiarse de su propia vida mediante un conjunto de reflexión, análisis y crítica que den paso a acciones concretas para modificar la realidad. 
Como en todos los modelos formativos, el recorrido es tan importante, al menos, como el resultado final. Mi experiencia actual en el colectivo de la Harinera de Zaragoza me habla de un camino complejo en el que cada paso sirve para explorar e identificar las dinámicas con los que el grupo se siente cómodo mediante errores y ajustes, logros y lecciones. Un proceso como este será lento por definición ya que no opera por la imposición de criterios, sino por el consenso y es común (yo diría que necesario) que dicho consenso genere equivocos para desarrollar también la capacidad de autocorrección. No se debe temer al error en alguno de los pasos, sino al fracaso del proceso en si mismo.  
Un grupo que se inicia en un proceso participativo es un ente sensible, existen egos que deben eliminarse, suspicacias que deben retirarse, miedo al ridículo o al rechazo, temor a imponer o a ser controlado. El tiempo y la experiencia permitirá medir las habilidades particulares de los miembros, facilitar la cercanía y entender cuando es necesario consensuar y cuando vale la pena confiarse en manos de quien conoce más sobre un tema concreto. A fin de cuentas, un conjunto es también la suma de sus partes. 
El colectivo de la Harinera se encuentra en sus primeros pasos, su evolución hasta convertirse en un ente maduro será tan particular, tan propia, como la gente que lo constituye. Así como el individuo no se convierte en ser social sin un aprendizaje vital de largo aliento, el grupo no se convierte en ente político sin una experimentación  de sus límites y opciones, tan paulatina y natural como la vida misma. 
Me hallaba inmerso en estas reflexiones cuando fui a ver Boyhood de Linklater. La película me pareció apasionante, pues aunque me encuentre ya lejano de las edades que muestra el protagonista, mi compresión del mundo como un espacio de continuo aprendizaje sigue vigente. Me sentí identificado con la reflexión que propone el director, la de la vida como una ruta con preguntas que son siempre, básicamente, las mismas pero cuyas respuestas sólo pueden darse desde cada individuo porque su validación sólo es posible al cabo de un largo recorrido en el que nadie puede acompañarnos.  Me resultó inevitable asociar la película a mi vivencia actual con el colectivo, encontrar en la primera ecos de esa idea de que la experiencia orgánica es la principal herramienta para dotar de una dimensión amplia al individuo y pensar en el segundo (el proceso participativo) como posible piedra fundacional de una sociedad capaz de dejar atrás el individualismo y la violencia, un modelo alternativo a esta sociedad salvaje y egoísta en la que estamos inmersos. Quizás tenía razón Eisenstein (Sergei, el director de Acorazado Potemkin) al decir que el cine es una forma de conciencia y en este caso, me ayudó a terminar de entender porque me siento cómodo como parte del colectivo Harinera. Como mi búsqueda personal encaja en este  proceso y que lecciones busco en el camino. 
Siempre digo que vale la pena mirar a todas partes. Uno nunca sabe de donde pueden venir la inspiración, o las respuestas.