sábado, 30 de julio de 2011

La novedad y la normalidad. Desde donde se mira la tragedia

Hoy me encontré con un artículo de periódico que comentaba - y comparaba - la masacre en Noruega y la hambruna en el Cuerno de África. El autor cerraba el artículo con una frase lapidaria: Un cadaver humano sigue siendo humano, sea noruego o somalí. Cerraba de esta manera su reflexión sobre la diferencia de intensidad que la indignación que ambas tragedias despierta en occidente.

Espero sinceramente que su frase esté fuera de sitio. Sin embargo el resto de la tarde me lo he pasado pensando en el tema: ¿Cual sería la razón por la cual la muerte de ochenta y tantos jóvenes noruegos a manos de un fanático demente pueda crear una ola de solidaridad internacional, mientras que la muerte de miles de individuos subsaharianos - desde bebés hasta ancianos -casi no llame la atención? Puede haber varios factores: La distancia, que genera una sensación de ajeno, (por mas que internet nos haya acercado, una tragedia alimentaria sigue siendo una cosa que pasa allá, lejos de nuestro mundo confortable); la disonancia, que crea sensación de seguridad (podemos sentirnos amenazados por un fanático armado, la hambruna no parece un peligro para occidente). Sin embargo, creo que la palabra clave para entender la diferencia es "normalidad". Aunque muchas veces asociamos "normal" a "correcto", el sentido real de la palabra tiene más que ver con "habitual", y es ese hábito lo que genera la aceptación, más o menos conformada, de un hecho. Suele parecernos aceptable que una mujer tenga hijos a los 34 años, porque es lo habitual en nuestra sociedad, sin embargo, ver a una mujer de 18 años con un hijo de meses en los brazos nos parece penoso. (en otras sociedades ocurriría al contrario). Lo habitual se vuelve aceptado y por aceptable, deja de ser llamativo.

Llevamos demasiados años sabiendo que África padece hambre, que padece enfermedades benignas que se vuelven mortíferas y enfermedades mortíferas que se vuelven epidemias. Además, está la visión simplificadora que convierte a cincuenta y tres países que ocupan casi diecinueve millones de Kilómetros en un vecindario, gracias a lo cual los problemas de Cabo Verde y de Mozambique son la misma cosa.

Lo grave entonces es otro asunto: Es evidente que los dueños del poder y los de la pasta, que para el caso son lo mismo, no tienen el menor interés en resolver el problema. Un problema que no existe si hacemos caso a la FAO, según la cual la producción alimentaria del mundo basta para abastecer al doble de la población actual. Un problema que solo tiene razón de ser porque hay estructuras e individuos que se benefician de que esto este pasando y les importa un carajo cuantos se mueren a cambio.

Lo grave es otro asunto: Comprobar que la solidaridad puede ser sólo un formulismo para anestesiarnos la conciencia: Resulta más fácil (y más barato) escribir un mensaje de solidaridad, poner cara de circunstancia o una banderita en el balcón. Total, los muertos ya está muertos y el asunto queda allí. En el otro caso es mejor hacerse el tonto, mirar para otro lado, los muertos se están muriendo y puede ser más cómodo no pensar en que podríamos hacer una acampada frente las sedes de aquellos que se están beneficiando para exigirles que se dediquen a otra cosa (o por lo menos, hacer un donativo a alguna de las instituciones que están trabajando en el terreno).

Al final, hay algo que no me queda claro: ¿Las cosas se vuelven normales porque nos habituamos a ellas o porque no estamos dispuestos a hacer nada para que cambien?